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Una maqueta de Rafael Jimeno

 

Por Xavier Moyssén

 

Al limitado número de obras conocidas de Rafael Jimeno y planes (Valencia 1759, México 1825), hay que sumar la maqueta que hiciera para las pinturas al temple con las que decoro la bóveda del ábside de la capilla del Señor de Santa Teresa, en la ciudad de México. La maqueta recientemente identificada por quien esto escribe, es de madera y tiene la forma de un cuarto de esfera, en cuyo interior Jimeno pinto al óleo el asunto del cual habría de ocuparse en el ábside. La capilla fue obra del arquitecto neoclásico José Antonio González Velázquez, primer director de Arquitectura de la real Academia de San Carlos de Nueva España; la construcción fue concluida hacia 1813; un año atrás Jimeno construyo la maqueta (figura 1 a 4)

 

José Bernardo Couto en su imprescindible Dialogo sobre historia de la pintura de México, se refiere a esta pieza cuando habla de Jimeno y lo que este realizo en México, al ocuparse de la capilla del Señor de Santa Teresa asienta: “La obra de pintura se encargó a don Rafael Jimeno. En el domo pinto la historia que corre de la renovación de la imagen; en el ábside el alboroto que hubo en el pueblo de Cardonal cuando se dispuso a trasladarla a México; el resto del templo lo adorno con elegancia. Más todo aquello acabo en el terremoto del 7 de abril de 1845, a los treinta y dos años de haberse estrenado. Después encontré en los restos de su testamentaria el boceto que había hecho para la pintura del ábside, y me apresure a adquirirlo para la Academia como un recuerdo que por varios tirulos debe serle grato. Es ese que está colgado en el rincón” 1

 

Es muy conocida la leyenda piadosa de la renovación de la imagen de caña de un cristo existente en el pueblo de El Cardonal, cercano a Ixmiquilpan, Hgo.; para traerla de nueva cuenta aquí, no obstante conviene anotar los hechos más sobresalientes para entender la pintura de la maqueta de Jimeno. LA supuesta renovación del Cristo de El Cardonal, se realizó hacia la séptima década del siglo XVI; para evitar las consecuencias que el tal milagro pudiera acarrear, el arzobispo de México, Juan Pérez de la Serna, ordeno que la imagen fuera trasladada a las capital del virreinato, lo cual no fue del agrado de los indígenas y españoles de El Cardonal, por lo tanto se opusieron violentamente a que les fuese quitada; mas fueron sometidos y la escultura llego finalmente a la capital, en donde el arzobispo dispuso que se depositara en el conventos de San José de las Carmelitas descalzas (Santa Teresa la Antigua). Pronto se estableció un culto considerable en torno a la imagen, lo que obligo a las religiosas a construir una capilla especial, adjunta al templo conventual; en adelante se le conoció bajo la advocación de Santo Cristo de Santa Teresa. La leyenda piadosa urdida en entorno a la renovación de la escultura, dio lugar a que en 1698 apareciera una Historia…, escrita por Alfonso Alberto de Velasco, 2 de la cual se transcribe el siguiente párrafo:

“Más instadas del amor y devoción algunas personas, así españoles como indios, procuraron impedir la continuación del viaje y conducción, saliendo tres leguas del real y una del dicho pueblo de Ixmiquilpan, con armas y clarín para quitarlo, y no habiéndolo conseguido en esta ocasión por haber vencido la parte del visitador y vicario (que quitaron las armas a los unos y redujeron con razones a los otros) pidieron los dueños se les devolviesen las armas, que resistió y no quería venir en el vicario; pero se lo mando con pena de excomunión el visitador, y habiéndoselas vuelto en obediencia del mandato, salieron segunda vez mas de dos mil indios (fuera de españoles) con arcos y flechas, que con grandes voces, polvareda y alaridos y sin que el alcalde mayor pudiese defender la Santa Imagen y estorbar la pendencia, aunque hizo diligencia en orden a ambas cosas, la quitaron y llevaron al convento de San Agustín de dicho pueblo de Ixmiquilpan…” 3

1 Véase el edición publicada por Manuel Toussaint, p 112 Fondo de la Cultura Economica, México, 1947.

2 Historia de la Milagrosa renovación de la Soberana imagen de Cristo Señor Nuestro Crucificado que se venera en la Iglesia del Convento de Santa Teresa La Antigua, México 1688. Hay una segunda versión publicada en 1845.

3 Ver p. 39, de la edición de 1845.

El pasaje que Rafael Jimeno interpreto en el ábside de la capilla, es el referido en la transcripción, según puede verse en la maqueta. Con el colorido que le era tan peculiar, rico en tonalidades cálidas, a base de rojos y naranjas, Jimeno pinto la protesta armada de indígenas y españoles, en el momento en que trataban de apoderarse de la imagen del Santo Cristo; esta era transportada en una caja cubierta de albos lienzos, aparece en el centro de la composición, rodeada de aquellos que la trasladaban y defendían. En el lado izquierdo están apostados los españoles, armados de rífeles, mientras que el lado derecho los indígenas manejan sus tensos arcos cargados con flecha. Toda la escena pintada por Jimeno, está llena de movimiento, incluso el cielo, donde revolotea un grupo de angelillos; hay algo en esta obra que obliga a pensar ineludiblemente en Francisco Goya.

Las facultades que Rafael Jimeno poseía para la pintura decorativa saltan a la vista; no en balde así lo entendió Couto cuando habla a través del poeta José Joaquín Pesado: “Los frescos de Jimeno me parecieron siempre preferibles a sus pinturas al óleo,” 4 Aunque Couto se equivocó al hablar de fresco y no de temples (la técnica empleada por el artista); su juicio certero descansaba en las pinturas del plafones de la capilla del palacio de minería, y en la cúpulas de la catedral Metropolitana y de Santa Teresa; en la primera interpreto el tema de al Asunción de María y en la segunda el de la renovación del Santo Cristo. Ambas obras no existen ya, mas por fortuna las pinturas del Palacio de Minería atestiguan la fama de la que disfruto. Cuan distintos y de mayor mérito eran sus murales, a juzgar por la maqueta, al lado de los que pinto Juan Cordero hacia 1857.

La capilla del Señor de Santa Teresa fue destruida por un terremoto en 1845. Las pinturas de Rafael Jimeno realizadas en la cúpula, bóvedas y ábside, se perdieron en el siniestro; solo se salvó la que representa al evangelista San Mateo; Allí subsiste hasta la fecha en una pechina. La capilla fue reedificada por al arquitecto Lorenzo de la Hidalga, pictórica; desgraciadamente los murales correspondientes al ábside se han destruido, no por las fuerzas de la naturaleza, sino por la indiferencia y abandono a que fueron condenados por años.

 

 

4 Dialogo…, p. 113

5 Justino Fernández, El arte del siglo XIX en México, p. 70 UNAM, México 1967

En el ábside Juan Cordero pinto al óleo una aparatosa composición, en la que interpreto a su manera la renovación de la imagen, utilizando para ello la “perspectiva área, muy empleada en el neoclasicismo”. 5  El portento milagro so Cordero lo dividió en dos secciones: en la del lado izquierdo un grupo de ángeles vuela con la cruz, mientras que en la del derecho otro grupo angelical carga el rígido cuerpo de Jesucristo. Quien lleva los brazos abiertos;  parecería ser que del cielo lo bajan para colocarlo de nueva cuenta en la cruz. Cordero fue muy afecto al empleo de espectaculares ángeles y serafines en sus pinturas murales religiosas; así aparecen en la parte superior del ábside, formando un anillo en torno al símbolo de Dios. Las pinturas  no dejan de recordar el ideal rafaelesco de los maestros académicos  del siglo XIX, sobre todo por el fondo amarillo en donde se destacan las figuras, como acontece con La visión de Ezequiel, de Rafael, Obra que Juan Cordero conoció, sin duda, durante su estancia en Florencia. 

Rafael Jimeno, como artista de la Ilustración española, misma que hizo posible la aparición de la academia de Bellas Artes de San Fernando, se ocupó únicamente del tema histórico, o sea, la oposición de los habitantes de El Cardonal al traslado de la imagen a México; en la pintura del maqueta  lo religioso no cuenta como representación. En cambio Juan Cordero, que no obedecía a los fundamentos de la Ilustración y si al decorativo neoclasicista, se ocupó de lo religioso básicamente (figura 4).

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